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El portero de Dios

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En julio de 1533, mientras Ignacio de Loyola se aplicaba a los estudios en París y animaba a algunos de sus compañeros a compartir sus ideales apostólicos, nacía en Segovia, Alonso Rodríguez. Tardará más de 38 años en hacerse jesuita. Penas familiares, la muerte de su esposa y sus dos hijos y la ruina de sus intereses económicos, prepararon el camino a la llamada a vivir como compañero de Jesús.

Siendo todavía novicio fue enviado a Mallorca, como portero del colegio Montesión. En ese cargo se ganará la gloria del cielo atendiendo durante 45 años a toda clase de huéspedes con la más exquisita bondad. La grandeza de este humilde portero fue que reconoció a Jesús en cada visitante que llegaba. Cuando alguien le preguntaba por qué no era más duro y áspero con ciertos tipos inoportunos, le respondía: “Es que a Jesús que se disfraza de prójimo, nunca lo podemos tratar con aspereza o mala educación”.

De entre tantas personas que Alonso trató en su oficio de portero cabe destacar a san Pedro Claver, con quien convivió más de tres años. Para el viejo portero era claro: Pedro está destinado a hacer un gran bien en América”. Arropado y sostenido por Alonso, su discípulo Claver fue a Cartagena, donde trabajó incansablemente a favor de los esclavos que venían de África.

El 29 de octubre de 1617, en medio de fuertes dolores, Alonso se llenó de paz y de alegría tras comulgar por última vez. Dos días estuvo sin sentido y cuando despertó, besó su crucifijo y abrió de una vez para siempre las puertas de su vida al amado huésped: Jesucristo.