Testimonio

Sólo tres cosas

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Si tuviera que elegir tres cosas del legado que san Ignacio nos dejó a los jesuitas y a toda la Iglesia, me quedaría con las siguientes.

Lo primero, su capacidad de autoconocimiento.

La sabiduría que contienen sus Ejercicios Espirituales da fe de una persona inteligente que conocía bien sus entresijos más profundos. El combate interior, la gestión de consolaciones y desolaciones, la fuerza con la que se compromete al seguimiento de Jesús… quedan plasmados en las páginas de los Ejercicios. San Ignacio nos muestra que la propia vocación no es fruto de un autodescubrimiento personal, sino que es don del Padre. Pero sí es resultado de una búsqueda que es combate.

Segundo, su deseo de servir.

Una de las expresiones más conocidas de Ignacio es hacerlo todo a mayor gloria de Dios. Expresa su voluntad de vivir poniendo a Dios al principio de todo y en el fin de todas nuestras empresas. En un mundo tan autocentrado en sus lamentaciones, desde el dolor de estos meses confinados por el coronavirus, san Ignacio nos invita a desconfinar nuestro Espíritu.

Y tercero, su necesidad de Compañía.

Ignacio no es un ‘lobo solitario’. Tenía su carácter, no lo podemos negar, pero desde siempre buscar compañeros que le acompañen habiendo tenido una experiencia parecida de Dios Padre. Por eso, les introduce en la experiencia de los Ejercicios. La vocación a la Compañía implica la necesaria participación de otros. Es vocación compartida con los compañeros y colaboradores en misión.

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