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El compañero discreto

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Pedro Fabro (1506-1546) nació el 13 de abril en el pueblo de Villarejo, Saboya. Sus padres fueron Luis Fabro y María Perisín dueños de importantes rebaños de ovejas. “Hacia los 10 años, dice él en su memorial, sentí deseos de estudiar. No podía ser pastor y quedarme en el mundo, como deseaban mis padres.”. Estos deseos le llevaron a París donde vino a coincidir en el tercer piso del colegio de Santa Bárbara con Francisco Javier e Ignacio de Loyola. Como Ignacio tenía problemas con el griego, Fabro le guiaba en materia académica mientras aquel guiaba a Pedro en el camino del cielo. 

Ya como jesuita, el lugar de residencia de Fabro fueron los caminos de Europa. En sus viajes, nunca dejó de dar ejercicios, predicar y darse a los ministerios más propios de la Compañía.

Ayudó a reformar diócesis como la de Parma, fue requerido en la Dieta de Worms para dialogar con los protestantes. Posteriormente pasó por Ratisbona para volver a viajar a España. De nuevo fue llamado a Espira, Alemania, teniendo que cruzarse, de nuevo, Europa a pie. De allí, el rey Juan III de Portugal, quiso traerlo a la Península Ibérica, donde  Fabro pasó los siguientes dos años. En la primavera de 1546, el Papa lo nombró teólogo para el Concilio de Trento, sin embargo nunca llegó a su destino. Murió agotado en Roma el 1 de agosto, acompañado por su querido amigo, Ignacio de Loyola.

Simón Rodríguez le recordaba así: “tuvo la más encantadora suavidad y gracia que he visto en mi vida para tratar y conversar con las gentes […] con su mansedumbre y dulzura ganaba para Dios los corazones de aquellos con quienes trataba”.