Una experiencia central en el noviciado es el “mes de hospitales”, tradición mantenida desde los primeros compañeros, custodiada por las Constituciones y actualizada año a año en cada noviciado jesuita tan sólo unas semanas después del mes de Ejercicios Espirituales.
Pero ¿qué objetivo tiene este “envío” por un tiempo concreto a trabajar en un “hospital” (léase psiquiátrico, enfermería o residencia)? ¿Qué añade a nuestra formación en el noviciado? El refranero español está trufado de dichos que aluden a la importancia de la “cercanía” y el “contacto”: «quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija», «dos que duermen en un colchón, se vuelven de la misma condición», «quien tiene un tío en Alcalá, ni tiene tío ni tiene ná» o «el roce hace el cariño» son sólo un breve manojillo. En constatar el valor de esta sabiduría popular va en no poca medida el mes de hospitales y su razón de ser.
Sin duda, de la pandemia de Covid-19 hemos resuelto que la distancia evita contagios. Así por el contrario, la cercanía acaba por desembocar en que se nos acaba “pegando algo”. ¿Qué en este caso?
El mes de hospitales busca “contagios”: de frecuentar ciertas personas y su sufrimiento (de enfermedad, abandono, limitación, muerte…), de hacernos familiares a un modo de tratarlas, de ser testigos de ejemplos de entrega, ternura y cuidado (en trabajadores, otras religiosas, compañeros, etc.) e integrarlas en la propia vocación
La exposición y la capacidad de dejarnos tocar por lo vivido entrena una sensibilidad que habremos de ir actualizando y mimando en toda nuestra vida como jesuitas, a la que el mes de hospitales le procura un germen (y el mes de Ejercicios Espirituales, que lo antecede, un tiesto donde enraizarse).
En definitiva, sentir y gustar que andar bien cerquita de estas realidades con las que nos hemos relacionado casa con una opción en el Dios de Jesús: procurar hacernos cotidianos con aquello de Mt 25: «tuve hambre, sed, estuve enfermo, encarcelado, desnudo…».