Traspasar el marco de la puerta del Noviciado no es el simple inicio de una experiencia más en la vida. Entrar supone apostarlo TODO. No para hacer muchas cosas, sino para aprender a dejar que sea Otro el que haga por ti y en ti.
En la entrada del Noviciado lo primero que vemos al llegar es una imagen de María. Muchas veces puede pasar inadvertida, pero no es simple decoración. María es la «puerta de entrada», el modelo. Igual que nosotros, ella siente una llamada que cambiará su vida por completo. Al principio no entendía nada, incluso sintió miedo (Lc 1, 29). Pero no se quedó ahí, no se dejó paralizar, sino que se fio de Dios con una confianza plena. Ella nos demuestra que no caminamos solos: el Mismo que nos llama, nos acompaña.
No es un camino carente de dificultades. También María tuvo que experimentar al principio la incomprensión de José que decidió repudiarla en secreto (Mt 1,19). Nuestra vocación no es siempre aceptada con facilidad. Igual que José, puede haber en nuestro entorno personas que, por incomprensión, piensan que «pierdes tu vida» en esas cosas. Pero es curioso cómo en lo profundo de ti no está el deseo de perder, sino el de vivir la vida en plenitud, entregándola como Jesús.
María se puso en camino para servir a su prima Isabel. La llamada no se queda en un simple anuncio, sino que vive en el horizonte del servicio y la construcción del mundo a Su modo.
Como Ignacio, le pedimos a María que “nos ponga con su Hijo” para que aprendamos a ser verdaderos compañeros suyos y colaboradores en su misión.