Sí, es el tema típico del último año: el COVID-19… Entiendo que todos estamos cansados del tema, pero no podemos dejar a un lado una realidad que nos afecta día a día y, por tanto, influye en la marcha del noviciado.
En otro post sobre la «rutina» comentábamos que esta etapa supone pasar bastante tiempo dentro de casa, por lo cual la mayoría de las dinámicas internas del noviciado no se ven afectadas y podemos llevarlas a cabo con relativa normalidad. Quizás, la mayor dificultad la encontramos en las actividades y experiencias que se realizan de puertas para fuera.
Algunos de los compañeros sí pueden realizar sus pastorales; otros, sin embargo, se mantienen a la espera. En cualquier caso, siempre con el uso de mascarillas, poco contacto, distancia de seguridad… Vamos, nada que no sepáis. A veces, es difícil expresar cercanía a las personas con las que te encuentras. De cualquier modo, es oportunidad para agudizar el ingenio y hacerse presente de manera distinta y responsable a personas que lo necesitan. Las necesidades en nuestro mundo siguen existiendo, haya coronavirus o no. De hecho, incluso se acentúan en la mayoría de los casos.
Otra de las dificultades derivadas de la pandemia es que nuestras familias no han podido venir a visitarnos debido a las medidas sanitarias. A nivel personal es una experiencia intensa ya que desde mi entrada en el mes de septiembre no los he visto y ciertamente se les echa de menos. A pesar de las ganas de verles y de que conozcan el noviciado, Dios nos acompaña tanto a mi familia como a mí, ayudándonos a entender que tenemos que estar agradecidos de lo que estamos viviendo y que este tiempo de desierto es oportunidad de crecimiento en la confianza en Él.
Hay que reconocer que no estamos en una situación fácil. Aún así, me siento infinitamente agradecido porque a pesar de todo, siento y veo cómo Dios tiene esa manera especial de convertir la dificultad en oportunidad.