Tal vez en algún momento de tu vida te ha parecido que la liturgia no te ayudaba a alcanzar a Dios, o simplemente la premura de las tareas pendientes ha hecho que te preguntes ¿para qué estoy aquí, cuando podría estar en otro sitio siendo más “útil”?
Este año los novicios tuvimos la suerte de hacer una inmersión en la vida contemplativa con las Carmelitas Descalzas del Monasterio de Fuenterrabía. A ellas se les ha encomendado la misión de celebrar la liturgia completa, cada uno de los días del año, siguiendo los oficios y la Liturgia de las Horas. Su vocación es testimonio vivo de que la liturgia es uno de los componentes más importantes de la vida religiosa y cristiana. Porque no es únicamente la celebración de una serie de eventos que sucedieron en el pasado. Sino la actualización permanente de la experiencia personal con Dios y de esa historia de salvación encarnada en Jesús de Nazaret. Se realice donde se realice, en ella siempre está representada la asamblea eclesial en comunión de ánimas.
Al rezar los Laudes y el Ángelus cada mañana en el Noviciado, recordamos las grandes claves de una liturgia que se vive y se encarna en el día a día: “estos mismos salmos y cánticos no los leemos solos, nuestras hermanas de Fuenterrabía y el resto de la Iglesia los lee con nosotros… estos mismos salmos son los que leyó el mismo Jesús, a quien amamos y seguimos”. La celebración de nuestra fe a lo largo del día, como en toda liturgia, va in crescendo en la revelación de la buena noticia. Este ascenso quiere estar en la base de una rutina que apunta hacia arriba constantemente, siempre buscando ese magis, a la vez que vamos profundizando en lo que nos alimenta. Es por eso que en el noviciado se termina cada día con la celebración de la Eucaristía, la liturgia por excelencia, en la que revivimos cómo el misterio del cuerpo de Cristo da paz al alma y nos envía a una vida renovada.