Testimonio

Comenzar a vivir

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A veces, cuando hablo con mis amigos, surge la pregunta: ¿por qué eres jesuita? Y llega un momento en que ya no sé explicarlo con palabras, porque es como expresar por qué te gusta esa chica o esta comida… los razonamientos objetivos y claros, casi matemáticos, llega un momento en que se acaban, y solo queda vivir, experimentar. Porque, en definitiva, la pregunta que me trajo a la Compañía de Jesús no fue “¿por qué?” sino “¿por qué no?”

Cuando te pones a tiro, y te atreves a poner palabras a lo que puedes estar sintiendo como un germen de vocación religiosa, al final creo que la pregunta no exige razones, sino apuesta, valor… y al toro.

Y ojo, esto no es nada fácil, cuántas horas delante de una cruz diciendo “esto tiene que ser una broma”, “no puede ser, me lo estoy creando yo”, “¿será que me da miedo el futuro y estoy buscando refugio en algo seguro?”

Hasta que te das cuenta que ese fuego que intentabas controlar te abrasa, y cada vez dedicas más tiempo a los demás en vez de a ti mismo, buscas los momentos de oración a lo largo de los días, empiezan a rechinarte pequeñas actitudes que antes tenías… y todo esto sin casi darte cuenta, hasta que alguien te lo hace notar, y comienzan las preguntas en serio.

Y si arriesgas, si respondes a la invitación que sientes que Jesús te hace de dejar el bordillo y tirarte al agua, es como si el corazón no te cupiese en el pecho, encuentras sentido y cada día, al despertar, sigues diciendo… “¿por qué no?”

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