Cuando cuento el camino que me llevó a la Compañía, suele caer la pregunta: «¿y por qué jesuita?» Y es normal porque, de hecho, son los últimos a los que conocí. Mi parroquia era de carmelitas; el colegio, de religiosas de la Compañía de María; y el colegio mayor en el que viví en Madrid, de claretianos. Con esa trayectoria…
No creo que haya un único factor, pero para mí fue muy clave descubrir la espiritualidad ignaciana en los Ejercicios Espirituales. Cuando estaba en segundo de carrera hice mis primeros ejercicios. Una tanda de 4 días a final de diciembre en la que no conocía a nadie (éramos solo seis personas, dos matrimonios de jubilados, una señora madre de familia y yo)
Pues aquellos ejercicios me marcaron extraordinariamente. Recuerdo que en cada sesión de puntos y en las charlas no paraba de pensar “¡esto me ocurre a mí!”, “¡me está describiendo completamente!”. Era como si el modo de rezar, la sucesión de contemplaciones, las reglas de discernimiento fueran las piezas que faltaban en el puzle de mi interior. Descubrir la espiritualidad ignaciana supuso abrir los ojos a un modo de entender a Dios, al mundo y a mí mismo que encajaba perfectamente conmigo mismo. Algo así como ponerme unas gafas con la graduación adecuada después de un tiempo viendo borroso.
Cuando tiempo después surgió la inquietud vocacional, en el horizonte sólo aparecía la Compañía, porque en ella veía el modo de hacer de su espiritualidad, un modo de vida.