Esta Pascua me ha “tocado” vivirla en una enfermería jesuita… Acabo de salir de un ingreso en el hospital con operación incluida. Y ahora estoy bien, recuperándome poco a poco en este lugar. Realmente, estas situaciones que no eliges en la vida te pueden llevar a experimentar aspectos que quizá de otra manera nunca hubieras vivido.
Una de las huellas del Resucitado en mi vida la encuentro aquí en mis nuevos compañeros de comunidad. Son jesuitas con muchos años de experiencia, con debilidades físicas por la edad y con sufrimientos que van llevando cada día. Pero, a pesar de ello, hay signos de Vida que ellos muestran en su día a día y que me transmiten. Lo puedo ver en su unión con el Señor, en su ayudarse mutuamente, en su buen ánimo, en sus vidas entregadas al Señor…
Disfruto mucho escuchando sus trayectorias y sus experiencias en una vocación jesuita: la del misionero en la India desde muy joven, el profesor de Derecho con gran cariño por sus alumnos, el párroco que lleva la parroquia en el corazón o el profesor y pastoralista en un colegio que le brillan los ojos cuando recuerda lo vivido … Transmiten un entusiasmo por la misión y una unión con el Señor que me hacen dar gracias a Dios por poder escuchar con tranquilidad todos estos testimonios.
Habría muchas más huellas que contar en un lugar como este, pero como el espacio es corto voy a dejar una segunda y última que me toca: las personas que trabajan aquí, en la enfermería. Me admira su trabajo constante, que consiste en ayudar a los jesuitas mayores. En su forma de relacionarse con los jesuitas, de acompañar, de ayudar a los más débiles… hay algo más que un trabajo, hay huellas del Resucitado.