Noviciado

¿Clausura?

Al llegar los períodos electorales, en las conversaciones en la mesa o en la quiete suele aparecer el tema de qué pasaría si que nos tocara estar en una mesa electoral («¿tendríamos que ir a nuestra ciudad de origen?»). Sin embargo, la conversación no abunda mucho, porque para el caso el noviciado está considerado “vida religiosa de clausura”: estamos exentos.

¿Pero es realmente nuestra comunidad de “clausura”? Si bien es cierto que en la vida del jesuita el noviciado es un período especialmente “hacia dentro”, no nos es excusa para volvernos ermitaños y quedar aislados del curso de lo que pasa “en el mundo”.

La comunidad del noviciado es también una comunidad de acogida y de apertura. En primer lugar, claro, para nosotros mismos, los novicios, reconociendo cómo la Compañía de Jesús se abre y acoge nuestros primeros pasos en ella. Pero no exclusivamente, sino que también lo es para todo tipo de personas que queremos que conozcan nuestra comunidad y con las que compartimos nuestra casa.

Ciertamente salimos a la calle, pero también nos sale “la calle” al encuentro en nuestra propia casa: clases de primaria del colegio donde estamos para ver nuestro Belén, jesuitas de paso de acá, allá y acullá que se quedan a dormir con nosotros, profesores, alumnos de secundaria para conocer la comunidad, gentes de las pastorales que atendemos, familiares (nuestros o de algún jesuita), amigos, participantes de la pasada Congregación de Procuradores en Loyola, el Padre General, Arturo Sosa, y varios de sus asistentes… Todos ellos han estado por el noviciado en los últimos meses visitándonos.

Visitas que van de lo local a lo universal y de lo familiar a lo desconocido. En nuestro comedor y nuestra sala de estar tenemos a mano toda la diversidad y riqueza que atraviesa la Compañía de Jesús y nuestro mundo, poblando el paisaje de encuentros y recuerdos que habitan nuestras zonas comunitarias y nos van descubriendo el alcance de lo que decía el secretario de san Ignacio, Jerónimo Nadal: «el mundo es nuestra casa».

De modo que para que nos vaya calando, siempre estamos pertrechados con una reserva de dulces y bebidas y una habitación de huéspedes lista para acoger un cachito de humanidad que inesperadamente venga y visite nuestra comunidad “de clausura”.

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