Richard Francis Burton y John Hanning Speke han pasado a la historia como los descubridores de las fuentes del Nilo en 1858, año en que situaron en el mapa el Lago Victoria. Sin embargo, fue un jesuita español llamado Pedro Páez, quien había descubierto, dos siglos antes, cuál era la fuente principal de uno de los ríos más grandes del mundo.
Pedro nació en 1564 en Olmeda de la Cebolla, estudió en Alcalá, fue ordenado sacerdote en Goa, e inició un largo viaje hasta llegar a la costa somalí. Una odisea que le llevó a todo tipo de aventuras: paludismo, piratas, captura por los turcos, torturas y cárcel, y por último la venta como esclavo al sultán de Yemen, donde fue prisionero durante 7 años. Le esperaba todavía la travesía a pie del desierto de Habramaut y Rub-al-Khali, de cuyo descubrimiento dos siglos más tarde se atribuyeron el mérito otros europeos.
En 1603, decidió partir para evangelizar Etiopía. Se quedó allí veinte años. Un día, el 21 de abril de 1618 acompañando al rey tuvo lugar el descubrimiento de las fuentes del Nilo. “Confieso que me alegré de ver lo que antiguamente desearon tanto ver el rey Ciro y su hijo Cambises, el gran Alejandro y el famoso Julio César”, escribió en su “Historia de Etiopía”, donde cuenta su descubrimiento sin apenas darse importancia, pues lo que a él le quemaba por dentro era transmitir el Evangelio fuera donde fuese.
Durante años, Páez ejerció labores de diplomático, encargándose de redactar las misivas que el rey de Etiopía envió al Papa y al rey de España. Unas altas fiebres, provocadas probablemente por la malaria, provocaron la muerte del padre Páez en 1622.