En esta foto estoy con mi abuelo Raúl, en su casa en un pueblo de la Argentina profunda. Mi infancia tiene que ver mucho con mis abuelos. Y mis abuelos tienen que ver mucho con la fe. Y tienen que ver porque fue en sus casas en donde me crucé con imágenes como las de San Juan Pablo II, la Virgen María o el Sagrado Corazón de Jesús, las cuales recuerdo por las noches me quedaba en silencio a observar. También porque fue a las primeras personas que vi rezar y a quienes les pude preguntar por el Dios en quien creían.
Filottrano, Italia, junto a Romano, amigo de mi padre. Luego de experimentar una crisis existencial en mi juventud que me llevó a cuestionarme por el sentido y horizonte de mi vida, fue Jesús quien irrumpió de una manera muy fuerte en ella y lo cambió todo. Decidí renunciar al trabajo que tenía en Argentina y viajar primero a Italia y luego a España, en donde decidí tomarme un tiempo para intentar reconocer y entender lo que el Señor quería de mí. Fue entonces cuando hice los Ejercicios Espirituales en Manresa y poco a poco comencé a intuir que Él me quería en su Compañía.
En Loyola junto a mi padre Jorge, el día de mis votos de bienio. Antes de la Eucaristía, el maestro de novicios me dijo que tuviera un rato de oración personal para preparar el corazón para lo que iba a vivir. En la capilla de la conversión, bajo la protección de San Ignacio, tuve un momento de profunda paz y serenidad que solo podía venir de Dios. Los dos años de noviciado cobraban sentido y claridad allí, delante del sagrario, en el que se confirmaba lo vivido y también en donde me sentía impulsado a seguir peregrinando bajo la invitación que siempre Él nos hace: “sígueme”.
