Noviciado

Compañeros en la Historia

En Salamanca. Qué mejor lugar para tener el curso de Historia de la Compañía de Jesús, impartido por Alfredo Verdoy SJ, asistiendo también los compañeros del noviciado de Coímbra. El contenido de este curso abarcaba los dos últimos siglos de historia de la Compañía de Jesús, desde su restauración a principios del siglo XIX hasta el Concilio Vaticano II.
A lo largo del curso, hemos aprendido a ver en las dificultades de nuestra historia oportunidades que los jesuitas aprovecharon para poner su confianza enteramente en Cristo, enseñándonos (tanto individualmente como cuerpo) a seguir a Jesús, ya en las grandes dificultades de la historia o en las pequeñas de lo cotidiano. Al aprender de esa misma confianza y entrega, y viendo los frutos apostólicos que dieron, nos hemos visto interpelados a ese seguimiento radical de Jesús en su Compañía para seguir trabajando por el Reino en nuestros días.
Pero nuestro aprendizaje no se quedaba solo en las aulas, pues continuaba fuera gracias a la oportunidad de compartir con nuestros compañeros de la comunidad y de la enfermería de Salamanca, todos ellos testigos vivos de esa historia que veíamos sobre el papel. En ese conversar diario sobre una mesa podía salir la Revolución cubana o la Guerra de Vietnam, pasando por las numerosas misiones populares y también por los grandes testimonios de entrega de los hermanos jesuitas en lugares lejanos como Mozambique o cercanos como la misma Salamanca.
Ese aprender fuera de las aulas también pasaba por la convivencia con nuestros compañeros portugueses, enriqueciéndonos mutuamente al poder disfrutar de la oportunidad de formarnos juntos, compartir nuestras vivencias y, sobre todo, compartir oración y la mesa de la Eucaristía.
En definitiva, fueron días donde se habló mucho de la Compañía, sí, pero también de los compañeros, ya fuese de los del pasado o de los del presente. Por ello, quizá no hay mejores palabras para cerrar estas líneas sobre el curso de historia que aquellas que pronunció el P. Arrupe al terminar la Congregación General XXXI: “Que seamos un solo corazón, por encima de todas las diversidades, con el solo Corazón de Cristo, pues Él nos llamó a una misma vocación”.

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