Testimonio

San Ignacio y el billar

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Hace poco topé con una anécdota curiosa que habla del carisma de Ignacio, de su arrojo a la hora de apostar la vida… Y me hizo recordar la pasión que tiene que mover toda vocación. Lo encontré en un libro de Pedro de Ribadeneyra y dice así:

En París había un doctor teólogo, al cual deseó mucho Ignacio ganar y traerle al conocimiento y amor perfecto de Jesucristo: y habiendo tomado para ello muchos medios sin provecho ninguno, fue un día a visitarle a su casa con un compañero que me contó lo que aquí escribo. Halló al doctor pasando tiempo y jugando al juego del billar; el cual como vio a Ignacio, o para excusar lo que hacía, o para echarlo en palacio, comenzó a pedirle con mucha instancia que jugase con él (…) y como Ignacio se excusase y dijeres que ni él sabía jugar, ni había para qué tratar de ello (…). Hízole tanta fuerza, que en fin le dijo Ignacio: «Yo jugaré, señor, con vos y haré lo que me pedís, pero con una condición, que juguemos de veras; y de manera que si vos me ganáredes yo haga por treinta días lo que vos quisiéredes, y si yo os ganare, vos hagáis lo que yo pidiere por otros tantos días».

Plugo esto al doctor: comenzaron a jugar e Ignacio, que nunca había en los días de su vida tomado en las manos aquellas bolillas ni jugado tal juego, comenzó a jugar como si toda su vida no hubiera hecho otra cosa, sin dijar ganar una sola mano al doctor; al cual de rato en rato decía el compañero de Ignacio: «Señor doctor; este no es Ignacio, sino el dedo de Dios, que obra en él para ganarnos para sí». En fin perdió el doctor, y quedó ganado. Porque a ruegos de Ignacio dio de mano a todos los otros cuidados, y se recogió por unos treinta días e hizo los Ejercicios Espirituales, con tan grande aprovechamiento y mudanza de su vida, que fue de gran admiración para todos el verla y el saber el modo que Dios nuestro Señor había tomado para ganarle y traerle a aquel estado.

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