
Granja Sardón es la finca familiar donde he pasado toda mi infancia y juventud. Junto a un pueblo llamado Sardón de Duero, cerca de Valladolid, allí crecí con todos mis primos de los que tanto aprendí y con los que tan bien me lo pasé: cabañas, deporte, cartas, excursiones, fiestas… Sardón, con todo lo que significa de naturaleza, familia, juegos, primos, alegría, animales, ermita, paz, etc., fue un lugar privilegiado -y sigue siéndolo- donde encontrarse con Dios.

Esta foto es del día que mi equipo de rugby (El Salvador) ganaba la supercopa de España, unos días antes de que yo me fuese al noviciado de la Compañía de Jesús. El deporte para mí ha sido escuela de vida, pero también de fe. De niño jugando al Balonmano con mis compañeros de colegio, y compaginándolo durante cuatro años con el rugby, al que me acabé dedicando. La amistad con los compañeros de equipo de ambos deportes y cada esfuerzo que realizaba en partidos y entrenamientos, me acercaba un poco más a Jesús de Nazaret. Hasta convertirse así en horizonte y camino de cómo entregar la vida, ya no sólo para un equipo, sino para todos.

Tuve la suerte de estudiar la teología en Brasil. Allí hacía pastoral en una favela en la que distintas comunidades muy extendidas en territorio formaban una misma parroquia. Principalmente trabajé con jóvenes, con los que pude compartir tantas cosas… El lugar, la sencillez y cercanía de sus gentes, la alegría de vivir a pesar de las dificultades, la esperanza reinante a pesar de la violencia, la fe compartida y celebrada… todo me ayudó a crecer como jesuita y, al mismo tiempo, me regaló el terminar de entender el por qué y el para quiénes me hice jesuita.