Testimonio

Nada especial

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Últimamente me viene a la memoria lo que varias veces he escuchado a muchos jesuitas jóvenes: «los hermanos me han enseñado qué es la vocación jesuita». Pedro Claver, «esclavo de los esclavos» en Cartagena de Indias, aprendió a ser jesuita en la amistad compartida con Alonso. Dos santos jesuitas: un hermano y un sacerdote.

Los jesuitas hermanos son hombres que, teniendo vocación a la vida religiosa en la Compañía de Jesús y profesando sus mismos votos, no se sienten llamados al sacerdocio ministerial. Hoy los hermanos siguen llevándonos al corazón de la vocación jesuita. En este tiempo de Adviento y Navidad, podríamos afirmar que los hermanos tienen mucho de José y de María.

De José, porque nos los encontramos en los oficios más sencillos o en el desempeño de una profesión normal. No los encontramos en los púlpitos, ni oficiando vistosas ceremonias y, en la mayoría de los casos, ni son directores, ni superiores, ni “los principales en nada”… ¡y no pasa nada! Sus “carpinterías” están en las aulas, con niños o jóvenes, en la fábrica y en la ayuda a los enfermos; no pocas veces los encontrarás en los servicios más variados dentro de las comunidades religiosas o en grandes instituciones, o bien los conocerás sirviendo en obras de beneficencia…

Nada especial, ¿o sí?

Cuando contemplas su vida, sencilla y satisfecha, puedes recordar aquellas palabras de María: “Dios se fija en las personas humildes”. Es verdad. Son vidas tejidas en la fidelidad de lo que no se ve; vocaciones centradas en esas cosas que son tan pequeñas, como necesarias: porque tan necesario es arropar al Niño, como cuidar a un anciano; y tan importante es acunar al Recién Nacido como cobijar a un transeúnte. 

Nada especial, ¿o sí? 

A alguien le podría parecer que esto es poco, que no aspiran alto, que todavía hay algo más. Pero, ¿qué le falta a quien cada vez que va a abrir la puerta se la está abriendo a Jesús? Así lo sentía Alonso Rodríguez cada vez que alguien llamaba a su puerta. Porque quizá se trate de eso: en cada gesto y en cada servicio sencillo; en la fidelidad de lo pequeño y en el silencio de la oración, ir respondiendo con alegría a una llamada, diciendo en toda ocasión: “ya voy, Señor”.

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