Cristo nos llama a seguirlo en pobreza y en humildad; es decir, quiere que le sigamos quitándonos nuestras máscaras, las cosas que nos hacen parecer «mejores»: el dinero que tenemos, los estudios que hemos hecho, nuestras «espléndidas» habilidades… Nos pide dejar a un lado las seguridades materiales, y quitar importancia a aquello que creemos que es nuestra fuerza.
Para ser jesuita no es necesario tener cien dones y mil habilidades, Él no llama según lo que nosotros creamos poder dar. Él nos ve como somos, pequeños y limitados, no como creemos ser. Y viéndonos en esa pequeñez, nos llama, y solo nos pide dos cosas: que tengamos fe en Él, y que estemos preparados a darlo todo.
Quien está llamado por Él, quien se deja en Sus manos, puede estar seguro de que, a pesar de todas las dificultades que se puedan presentar, Él estará a su lado para sostenerlo. Pero, ¿cómo responder a esta entrega incondicional de Dios, a este Gran Amor? Simple pero difícil: dándolo todo por Él.